Nació en Santo Domingo, República
Dominicana el 9 de abril de 1894 y a la edad de nueve años se trasladó
con su familia a Cuba, donde en 1926 adoptó la ciudadanía cubana. Camila
provenía de una estirpe familiar de literatos, pensadores y educadores.
Hija de los prominentes intelectuales Francisco Henríquez y Carvajal y
Salomé Ureña de Henríquez. Se destacó como ensayista, educadora y
crítica literaria.
Su madre, Salomé Ureña, fue una notable
precursora de la educación femenina en República Dominicana. Como
fundadora de la enseñanza superior de la mujer en ese país, Salomé Ureña
trabajó al lado del puertorriqueño Eugenio María de Hostos en la
reforma de la enseñanza que permitió más tarde, y a iniciativa de ambos,
la fundación de las Escuelas Normales, y asumiendo la dirección de la
Escuela Normal de Maestras.
Aunque Salomé Ureña murió en 1898,
cuando Camila tenía cuatro años, los recuerdos que guardaba de ella
provenían de los relatos que le hacía su hermano Pedro, quien, por ser
diez años mayor, se benefició de la influencia formativa de esa madre
que hablaba fluidamente varios idiomas y que lo incitaba al hábito de la
lectura.
Obtuvo su doctorado en Filosofía, Letras
y Educación en la Universidad de La Habana en 1917. Además estudió en
las universidades de Minnesota y Columbia en los Estados Unidos. Fue
editora del Fondo de Cultura Económica de México (1946-1947) y asesora
técnica del Ministerio de Educación de Cuba (1960-1962). Se desempeñó
como catedrática de literatura del departamento de Lenguas y Literaturas
Hispánicas de la Universidad de La Habana y de Vassar College, en los
Estados Unidos. La Universidad de Santo Domingo en reconocimiento a su
aporte a la cultura latinoamericana, le confirió en título de Profesora
Honoraria. Sus ensayos han sido publicados en Revista de Instrucción
Pública, Ultra, Archipiélago, Casa de las Américas, La Gaceta de Cuba,
Revista de la Biblioteca Nacional, Revista de la Universidad de La
Habana, Revista Lyceum. Desarrolló una intensa labor como crítica
literaria y conferencista y abogó por la integración de la mujer al
quehacer intelectual.
Porque la casa de los Henríquez Ureña
era una casa de estudio, según la propia Camila, donde “toda la familia
se dedicó siempre a estudiar”. Si sus hermanos mayores, como Max y
Pedro, pudieron estudiar en los Estados Unidos a fines del siglo
antepasado, a Camila le pareció normal seguir la misma senda.
Es cierto que por ser mujer no tuvo la
misma notoriedad de Pedro, por ejemplo, cuya obra y actuación están
ligadas tanto a la historia de la Generación del 98 español, de cuyas
fuentes fue tributario, como a la de los nuevos movimientos literarios
de las primeras décadas del siglo XX en México, con Alfonso Reyes a la
cabeza, de quien fue compañero y amigo.
Indudablemente, el ambiente intelectual y
la libertad de ideas, que rodeó la vida de Camila Henríquez Ureña
fueron decisivos en su formación de conciencia como mujer.
En 1932, luego de ejercer por varios
años la docencia en Santiago de Cuba, se va a París para seguir estudios
en la Sorbona. Al volver a Cuba, fija su residencia en La Habana y es
elegida para presidir la Sociedad Femenina Lyceum siendo, además,
fundadora de la institución Hispano Cubana de Cultura.
Esos años son decisivos en su permanente
preocupación por el papel de la mujer en la cultura y en la creación.
Precisamente sus ensayos sobre la presencia femenina en el romanticismo y
en sus estudios dedicados a la poesía de mujeres, como el caso de
Delmira Agustín, se orientan a este propósito.
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